martes, 12 de mayo de 2015

Karrantza Zabala y la pureza

La pureza y la castidad son dos votos físicos y espirituales incompatibles con el peso, contante y sonante, de los votos en las urnas.

Si uno pretende mantenerse casto y puro en lo que cree y en lo que aspira a conseguir a través de unas siglas, mejor que desista de intentar hacer carrera política. Esto no es ningún demérito de la política, antes al contrario. La autenticidad es, sin duda, un adorno que los ciudadanos valoran, especialmente en tiempos de corrupción, insuficiencia económica, principios ideológicos diluidos e impostada retórica pública.

Pero el ejercicio político en las sociedades complejas -y Karrantza no es una excepción- aboca al mestizaje, a la pluralidad, a la contaminación bien entendida; en definitiva, a escuchar a los otros -y quién sabe si a copiarles lo que sea asumible-, a transaccionar, a ceder y a pactar.

Lo que no sea eso, y los vaivenes plenarios que se repiten penosa y cíclicamente cada mes se esfuerzan en recordarlo, conduce al ensimismamiento y la melancolía, cuando no directamente al sectarismo.

Desde que Karrantza Zabala asaltara el poder del Ayuntamiento vía moción de censura con Bildu para desbancar al PNV de la alcaldía, Karrantza Zabala ha tratado por todas las maneras de mantenerse casta y pura.

Raúl Palacio ha tratado de mantener un perfil amable y cercano como gestor de la cosa pública carranzana, a sabiendas de que los resultados en las urnas dan siempre la medida de cada uno y ponen a cada uno en su sitio.

Y el sitio que Karrantza Zabala quería para su proyecto plasmado en el último folleto repartido en el Valle era la pureza frente al agotado “régimen del PNV″. La exaltación victoriosa del ‘yo’ contra todos los que representan lo que ‘yo’ proclamo que detesto. Ganar para no mezclarme con nadie teniendo que acordar, teniendo que violentar mi castidad frente a la casta -del PNV, claro- y renunciando a la pureza de los indignados que he convertido en mi bandera más identificadora.

Pero ¡ay! La sinceridad plasmada en la 3ª página de la revista buzoneada estos días pasados ya se encarga de invalidar esa pretendida cara amable con un párrafo dedicado al PNV que por bochornoso no es menos sincero:  
"...Ya no les creemos. Basta de corruptela política. Basta ya de manipulación, de chiringuitos, de basura." 
Basura. El oponente político es "basura".

Es pues que Raúl Palacio ha venido a reivindicar el regreso a los orígenes, a la pureza y la castidad, en sus maneras refinadas ante los vecinos. Aunque él haya contribuido a mancillar ambas, probablemente más que nadie, con sus polémicos y nunca explicados ingresos por sus clases de inglés impartidas en su domicilio particular. La Hacienda Foral vizcaína debería de ampliar al gremio de alcaldes y alcaldables el listado de profesiones liberales a inspeccionar con lupa.

Es cierto que el alcance de esa elusión fiscal y consiguiente pluriempleo palidece ante la ristra de corruptelas que llevamos soportando la ciudadanía día sí y día también. Pero es lo que tiene atrincherarse en la castidad y en la pureza, que cuando ambas se quiebran, o se sospecha que se han vulnerado, ya no cabe marcha atrás, no es fácil borrar esa mancha del expediente.

Y menos cuando los tuyos parecen obcecados en plasmar en folletos propagandísticos lo que realmente piensan del oponente político.

El adagio dice que la política hace extraños compañeros de cama. Un lugar donde, ya se sabe, difícilmente disfrutan los castos y puros.
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Nota: Muchos de los párrafos del presente artículo han sido fusilados inmisericordemente de éste artículo de Lourdes Pérez. Mis lectores -y la propia Lourdes Pérez- sabrán disculpar mi atrevencia.